Aprender a interpretar la información de los envases tiene numerosas ventajas. Por un lado, mejora la seguridad alimentaria de nuestra dieta: permite conocer la fecha de caducidad del producto o las condiciones de su conservación y utilización, además de identificar los conservantes y aditivos que contiene. Por otro, gracias a esos datos, las personas alérgicas o intolerantes a algún nutriente pueden detectar ingredientes que afectan a su salud. Además, facilitan a los consumidores hacerse una idea de la relación que existe entre el precio, la cantidad y la calidad del alimento. Pero ¿sabemos interpretar realmente lo que leemos? Aquí van algunas pistas.
La información que lucen las etiquetas de los productos envasados está regulada desde 2011 por la Unión Europea. Los siguientes son, a grandes rasgos, los datos obligatorios que deben figurar en los envases de los artículos alimentarios:
Respecto a la información nutricional, la etiqueta debe incluir el valor energético (calorías) que aporta por cada 100 gramos o 100 mililitros de producto, así como el porcentaje que representa sobre la cantidad diaria recomendada (CDR). Se toma como referencia la ingesta que tendría que consumir, en teoría, una mujer adulta (2.000 calorías), una medida conservadora si se tiene en cuenta que a un hombre le corresponden 2.500.
También se debe especificar la cantidad de grasas totales, grasas saturadas, hidratos de carbono, azúcares (la parte de los hidratos de carbono menos saludable), las proteínas y la sal. Si quieren, las empresas podrán revelar el contenido de vitaminas y minerales, siempre que supere el 15 % de las cantidades diarias recomendadas. La información de los nutrientes es obligatoria desde diciembre de 2016, aunque antes gran parte de las compañías ya lo hacía.
Dentro de la información nutricional, elementos como las grasas, los azúcares y los aditivos despiertan muchas dudas. En la etiqueta aparecerá siempre el contenido total en hidratos de carbono y se añadirá un "de los cuales, azúcares...". Los azúcares son hidratos de carbono, pero no al revés. El término azúcar se refiere generalmente a una molécula simple perjudicial, que aumenta el riesgo de diabetes. Por eso, siempre es mejor reducirlo a favor de hidratos de carbono más complejos.
En referencia a la grasa, la etiqueta debe mostrar el contenido total y, además, la cantidad de saturadas. Estas son las más perjudiciales, por lo que conviene evitarlas en productos procesados.
En cuanto a los aditivos, uno de los grandes problemas es que pueden tener más de un nombre. Lo común es que aparezcan con una E seguida de un número. En algunos casos son necesarios, pero casi siempre alteran el sentido del gusto.
Algunos ingredientes se camuflan con nombres con los que no estamos familiarizados. Así es cómo se pueden detectar:
Fuente: Consumer