Un aspecto a tener en cuenta son sus necesidades fisiológicas naturales. Así sabremos si las condiciones de clima y suelo que disponemos de forma natural nos facilitarán su cultivo o por el contrario nos lo dificultará, que en tal caso, si son muy adversas, lo mejor será desistir de su cultico y optar por otra especie más afín a estas condiciones.
El factor climático es muy importante para su cultivo. La temperatura óptima de desarrollo oscila entre 20 y 30ºC durante el día y entre 15 y 17ºC durante la noche. Temperaturas superiores a los 30 comienza a afectar a la fructificación y al sistema radicular, e inferiores a los 12ºC paraliza el desarrollo de la planta.
En cuanto a la humedad relativa, el nivel óptimo se encuentra entre un 60% y un 80%. Niveles superiores favorecen el desarrollo de enfermedades aéreas y dificultan la fecundación ya que el polen se compacta y dificulta su movilidad. Pero ojo, si esta humedad relativa es muy baja dificulta la fijación del polen en el pistilo y con ello se reduce el número de flores cuajadas.
Sobre luminosidad… la mayor posible. Excesiva sombra incide negativamente sobre los procesos de la floración, fecundación, así como su desarrollo vegetativo con plantas muy tiernas y ahiladas. Estas condiciones son muy apropiadas para el ataque de plagas y enfermedades. Por lo tanto, su ubicación en el huerto urbano será en las zonas más soleadas y cálidas posibles.
Si bien la tomatera no es una planta muy exigente en cuanto a tipos de suelo, no tolera los excesivamente compactos y poco drenados. Prefiere suelos sueltos de textura silíceo-arcillosa y ricos en materia orgánica. En cultivo en maceta, elegiremos un sustrato tipo plantas de exterior o sustrato plantación. Para mejorarlos, podemos añadirles tierra de jardín en una proporción del 20 al 25%.
El agua de riego es importante. No nos debe preocupar si el agua de riego que disponemos es salina, eso sí… sin exceso, ya que le irá bien al tomate de cara a la calidad del fruto. Con cierta salinidad produce frutos más compactos y sabrosos.
Al aire libre en un huerto urbano de campo o jardín el marco de plantación es de 1,5 metros entre líneas y 0,5 metros entre plantas. Dependerá plantarlas más juntas o no en función del porte de la planta y esto depende en gran medida del tipo de tomate y variedad comercial cultivada.
En huertos urbanos de terraza o balcón, el marco es menos importante ya que al cultivarse en macetas, podemos separarlas en el tiempo según necesiten más espacio. Eso sí, plantaremos una sola planta por maceta de un tamaño de unos 25 ó 30 centímetros de diámetro.
Durante su cultivo realizaremos alguna poda de formación, una técnica cultural imprescindible para las variedades de crecimiento indeterminado. Comenzaremos a las dos o tres semanas del trasplante nada más ver la aparición de los primeros tallos laterales. La técnica consiste en ir eliminándolos al igual que las hojas más viejas según se van estropeando. Con esta técnica mejoramos la aireación de la planta y centramos su vigor en el engorde de sus frutos.
Mediante la poda determinaremos el número de tallos a dejar en cada planta: uno o dos en las tomateras de frutos gruesos y hasta cuatro en caso de las de tipo Cherry.
En huertos urbanos de campo o jardín también realizaremos la técnica del aporcado. Esta consiste en realizar tras la poda de formación, un aporte extra de tierra sobre la base del tallo, con el fin de favorecer la formación de más raíces y con ello favorecer un amento de vigor en la planta.
Durante el cultivo del tomate es necesario el tutorado, una práctica imprescindible para mantener la planta erguida y evitar que las hojas y sobre todo los frutos toquen el suelo. Con ella se mejora también la aireación general de la planta y por tanto su sanidad vegetal. La técnica consiste en colocar un tutor por cada planta de forma inclinada entre filas para conseguir una especie de cabaña cada dos filas y mejorar el sustento del peso final de cada planta, así como facilitar el paso y las labores de trabajo. La sujeción al tutor se realiza mediante anillas o rafia sin apretar para evitar estrangulamientos del tallo.
Aunque ya hemos tratado el tema de la poda, durante el cultivo del tomate se da la variante llamada deshijado, que consiste en la eliminación de brotes axilares para mejorar el desarrollo del tallo principal. Esta labor debe de realizarse con la mayor frecuencia posible, prácticamente se forma semanal. Los cortes deben ser limpios para evitar la posible entrada de enfermedades. Aprovecharemos estos momentos, sobre todo conforme envejezca la planta, para realizar el deshojado de las hojas más viejas, con ello facilitaremos la aireación y mejoraremos el color de los frutos.
Si la tomatera tiene frutos en exceso, no está de más realizar un aclareo de frutos, sobre todo en el tomate en racimo. Con esta técnica homogeneizaremos el tamaño de los frutos y su calidad.
Sobre su fertilización, lo ideal es aportar los nutrientes mediante el agua de riego, técnica también llamada fertirrigación. El equilibrio de fertilizantes y cantidad va en función del estado de desarrollo de la planta, así como del ambiente en que ésta se desarrolla (tipo de suelo, condiciones climáticas, calidad del agua de riego, etc.).
Es importante destacar la relación nitrógeno – potasio a lo largo de todo el ciclo de cultivo: una relación de 1/1 desde el trasplante hasta la floración y de 1/2 ó 1/3 durante el período de recolección.
En la maduración del tomate el papel del potasio es esencial. Este se puede aportar en forma de nitrato potásico, sulfato potásico, fosfato monopotásico o mediante quelatos.
El fósforo influye en la formación de raíces y sobre el tamaño de las flores, por lo que es importante en las etapas de enraizamiento y floración.
El calcio es considerado como otro macroelemento, fundamental en la nutrición del tomate para evitar la necrosis apical.
Entre los microelementos necesarios, uno muy importe en la nutrición del tomate es el hierro, jugando un papel primordial en la coloración de los frutos. Sin olvidar el manganeso, zinc, boro y molibdeno.
Para la fertilización del tomate se puede recurrir a los populares abonos simples en forma de sólidos solubles como por ejemplo el nitrato cálcico, nitrato potásico, nitrato amónico, fosfato monopotásico, fosfato monoamónico, sulfato potásico, sulfato magnésico, etc. Aunque los más habituales en los centros comerciales son los formulados complejos con macro y microelementos sólidos cristalinos y líquidos que se ajustan mejor a su aplicación.
En su fertilización, el aporte de microelementos es vital para una nutrición adecuada y una carencia típica es la clorosis férrica cuando se cultivan en suelos calizos. La deficiencia en hierro acorta el ciclo vital de las plantas, los rendimientos disminuyen y los frutos son de peor calidad. El quelato férrico, es la mejor solución para combatir la clorosis férrica.
Fuente: El Huerto Urbano